Entonces Felipe, comenzando con este pasaje de la Escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Yendo por el camino, llegaron a un lugar donde había agua; y el eunuco dijo: ‘Ahí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?’ Y Felipe le dijo: ‘Si usted cree con todo su corazón, puede.’ ‘Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios,’ respondió el eunuco” (Hechos 8:35-37).

El plan de Dios para salvar al hombre de sus pecados incluye la confesión de nuestra creencia que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. La gente sabrá de nuestra fe en Jesucristo solo si lo confesamos. En Cesarea de Filipo, Jesús les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13-19). La gente no estaba segura de que Jesús realmente fuera el Mesías. Algunos pensaban que era Juan el Bautista. Otros pensaban que era Jeremías, Elías, u otro profeta. Pero Simón Pedro estuvo seguro de que Jesús era el Cristo. Confesó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (vs. 16). Jesús le dijo a Pedro que fue bienaventurado por su confesión: “Entonces Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos’” (vs. 17). Cada persona que hace la confesión de Pedro será bienaventurado.

Cuando confesamos que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, confesamos Su deidad. Juan escribió: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Después explica quién es el Verbo: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Jesús es “Emmanuel,” que significa “Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Cuando confesamos que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, confesamos que nació de una virgen (Isaías 7:14; Mateo 1:23). También confesamos que vivió una vida perfecta, sin pecado (1 Pedro 2:21, 22; Hebreos 4:14, 15). Esta confesión incluye la fe de que los milagros de Jesús realmente sucedieron, porque comprobaron Su deidad (Juan 3:2; 20:30, 31).

Cuando hacemos la confesión de que Jesús es el Hijo de Dios, aceptamos Su autoridad (Mateo 28:18-20). Nuestra autoridad no es Moisés, Elías, o uno de los profetas. Debemos escuchar a Jesucristo (Mateo 17:5). Vamos a ser juzgados por Él y por Su palabra en el día final (Juan 12:48; Hechos 17:30, 31).

Cuando confesamos a Cristo, también le decimos a Cristo que estamos listos para ser Sus siervos. Pablo escribió: “Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia” (Romanos 6:17, 18). Debemos decidir a quien vamos a servir (Mateo 6:24). Si confesamos a Cristo, esto significa que vamos a obedecer Sus mandamientos (Mateo 7:21-23; Juan 14:15).

Además de la ocasión en Cesarea de Filipo cuando Pedro confesó a Cristo, también hizo claro en otras ocasiones que él creía que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Juan 6:69).

Muchas otras personas también confesaron a Cristo. Juan el Bautista confesó a Cristo como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Después de que Felipe le había anunciado el evangelio de Cristo al eunuco etíope, el eunuco confesó: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hechos 8:37). Esta fue la única manera de que Felipe supo que el eunuco creía. Entonces Felipe lo bautizó (Hechos 8:38). Si queremos ir al cielo, nosotros también debemos hacer la misma confesion que el eunuco (Mateo 10:32, 33; 1 Juan 4:15).

Hubo otros que no confesaron a Cristo. Los padres del ciego sanado por Jesús no lo quisieron confesar (Juan 9:22). Muchos de los gobernantes tampoco quisieron confesarlo (Juan 12:42, 43). Ellos creyeron en Él, pero no lo confesaron, así que no pudieron ser salvos. ¡Esto nos enseña que la fe sola no nos puede salvar!

Una persona no puede hacerse cristiano a menos que confiese que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Romanos 10:9, 10). Llegará el día en que toda persona confesará a Cristo (Romanos 14:11, 12; Filipenses 2:9-11). Pero si esperamos hasta el día de juicio para confesar a Cristo, ¡ya será tarde para la salvación! “Ahora es ‘el día de salvación’” (2 Corintios 6:2). Si crees que Jesucristo es el Hijo de Dios, confiésalo hoy y sé bautizado en Él (Gálatas 3:26, 27).